La madrugada anterior a su tercer encuentro con Daniel hab铆a sido un torbellino de sensaciones contradictorias que se enredaban en su mente como una mara帽a de hilos el茅ctricos. El recuerdo de su cuerpo, arque谩ndose en aquel mismo sill贸n de cuero, mientras sus propios dedos recorr铆an un territorio que ahora sent铆a irrevocablemente marcado por su voluntad, la abrasaba por dentro. La humillaci贸n y el 茅xtasis se hab铆an fundido en una sola memoria punzante. Y, en el centro de todo, la imagen del peque帽o y fr铆o regalo que 茅l le hab铆a entregado al final: el plug anal de cristal tallado, con un destello met谩lico en su base, que ahora descansaba en su mesita de luz como un objeto tanto sagrado como profano. "Se lo debo a m铆 misma", pens贸, mirando por la ventana de su departamento la ciudad que comenzaba a despertar. "O lo tiro a la basura y nunca vuelvo, o acepto las reglas de este juego por extra帽o que sea". La ambici贸n, una vez m谩s, era una amante m谩s insistente que el orgullo.
A la hora de vestirse, cada prenda fue elegida con una conciencia aguda de su nueva realidad. Se puso un vestido ce帽ido de punto negro, de manga larga y cuello alto, que le llegaba justo por encima de las rodillas. Era conservador en su dise帽o, pero la tela, fina y el谩stica, se mov铆a con cada uno de sus respiros, acariciando su cuerpo como una segunda piel. Al deslizarlo sobre sus hombros, la sensaci贸n del material rozando sus pechos desnudos, sus pezones ya erectos por la anticipaci贸n y la tensi贸n, fue un recordatorio inmediato de su primera prohibici贸n. Luego, se coloc贸 las medias de rejilla negras, ajust谩ndose la liga con un click mec谩nico que son贸 anormalmente fuerte en el silencio de la habitaci贸n. Cada uno de estos actos era un ritual de sumisi贸n, un recordatorio de que su cuerpo ya no se vest铆a completamente para ella, sino para los deseos de otro.
Y luego, lleg贸 el momento del plug. Se lo llev贸 al ba帽o, sosteni茅ndolo en la palma de su mano. El cristal estaba fr铆o, impersonal. "Es solo un objeto. Un accesorio. No significa nada". Pero sab铆a que ment铆a. Significaba todo. Con manos que apenas temblaban, aplic贸 una generosa cantidad de lubricante en la punta esmerilada y en su propio esf铆nter, que se contrajo al primer contacto, virginal y t铆mido. La presi贸n fue al principio inc贸moda, luego una sensaci贸n de estiramiento lleno y punzante que le hizo contener la respiraci贸n. Cuando la parte m谩s ancha cedi贸 y el artefacto se acomod贸 dentro de ella, con la base plana y discreta asent谩ndose contra sus nalgas, sinti贸 una oleada de v茅rtigo. No era dolor, no todav铆a, sino una presencia constante, invasiva, un recordatorio f铆sico e interno de su obediencia. Se mir贸 en el espejo. El vestido negro, impecable, ocultaba perfectamente el secreto que llevaba dentro. Nadie lo sabr铆a. Nadie, excepto ella y Daniel.
Al entrar en la oficina, la m谩xima naturalidad que logr贸 proyectar fue una actuaci贸n digna de un premio. Camin贸 hasta su escritorio, nuevo y reluciente, situado justo frente a la imponente puerta de roble de Daniel, e intent贸 sumergirse en la rutina ma帽anera. Pero el plug era un tirano silencioso. Cada vez que se mov铆a para alcanzar un archivo, al cruzar las piernas, al inclinarse levemente, la presencia extra帽a en su interior se mov铆a tambi茅n, rozando terminaciones nerviosas que ignoraba poseer, enviando peque帽as descargas de un placer culpable y una molestia constante a su cerebro. Era como si una parte de la voluntad de Daniel se hubiera incrustado en su propio cuerpo, dictando cada uno de sus movimientos. "Es insoportable. Y, sin embargo…". No pod铆a terminar el pensamiento. La sola idea de que esa sensaci贸n proven铆a de una orden suya le produc铆a un escalofr铆o que no era del todo desagradable.
A las ocho en punto, la puerta se abri贸 y Daniel entr贸 con su habitual aura de autoridad imperturbable. Vest铆a un traje gris perla, impecable, y su olor a jab贸n de s谩ndwood y poder precedi贸 su llegada. Roc铆o se levant贸 de inmediato, sosteniendo la taza de caf茅 que ya sab铆a c贸mo le gustaba: negro, sin az煤car, hirviendo.
—Buenos d铆as, se帽or —dijo, con una voz que esperaba fuera neutral.
脡l ni siquiera mir贸 la taza. Sus ojos, fr铆os y claros, se clavaron en los de ella, atravesando la fachada de normalidad que con tanto esfuerzo hab铆a construido.
—Desn煤date.
La palabra, seca y contundente, cay贸 en el aire de la oficina como un hachazo. Roc铆o parpade贸, segura de haber tenido una alucinaci贸n auditiva. Su mirada, instintivamente, se desvi贸 hacia los laterales. No estaban solos. En la sala abierta, a apenas unos metros, varios de sus nuevos compa帽eros —hombres y mujeres de rostro serio y trajes formales— trabajaban en sus computadoras. Un par de socios, a quienes hab铆a saludado brevemente minutos antes, conversaban junto a la m谩quina de caf茅. Todos pod铆an verla. Todos pod铆an o铆r. El silencio se hizo absoluto. El zumbido de la climatizaci贸n pareci贸 apagarse de golpe.
"Esto no est谩 pasando. No aqu铆. No delante de todos". La paralizaci贸n fue total. Sus m煤sculos se negaban a obedecer. La verg眉enza, un fuego l铆quido y corrosivo, le subi贸 desde el est贸mago hasta la garganta, quem谩ndole las mejillas. Era una orden dise帽ada para aniquilar cualquier 煤ltimo vestigio de dignidad que le quedara, para romperla por completo. Mir贸 a Daniel, buscando en sus ojos un atisbo de broma, de prueba, de algo. Pero solo encontr贸 una expectativa serena, la mirada de un hombre acostumbrado a que sus deseos, por aberrantes que fueran, fueran cumplidos. Vio c贸mo los ojos de los empleados y socios se posaban en ella, una mezcla de curiosidad malsana, incomodidad y, en algunos de los hombres, un destello de lujurioso inter茅s. "Soy un objeto. Un espect谩culo". Y entonces, la otra voz, la que hab铆a firmado el contrato, la que se hab铆a sacado la tanga, la que se hab铆a masturbado delante de 茅l, susurr贸 en su interior: "Y le perteneces".
Con una lentitud que le pareci贸 eterna, sus dedos, helados y torpes, encontraron la cremallera lateral del vestido. El zzip son贸 como un grito en el silencio expectante. La tela de punto se abri贸, y ella, con movimientos que parec铆an de aut贸mata, se lo desliz贸 de los hombros. El vestido cay贸 pesadamente a sus pies, formando un c铆rculo negro en el suelo. Ahora solo llevaba puestos los tacones altos y las medias de rejilla, con las ligas mordiendo la piel p谩lida de sus muslos. El aire fr铆o de la oficina acarici贸 su cuerpo desnudo, erizando su piel y endureciendo sus pezones hasta convertirlos en dos puntas sensibles y dolorosas. Cruz贸 los brazos instintivamente sobre su pecho, un gesto pueril de pudor que resultaba pat茅tico en medio de aquella exposici贸n.
—Todo —dijo la voz de Daniel, impasible, desde la puerta de su oficina.
Un sollozo se le escap贸, ahogado y seco. Con los ojos vidriosos, fijos en un punto de la pared que estaba detr谩s de las cabezas de sus espectadores, se agach贸 para desabrochar las ligas. Se quit贸 las medias, sintiendo c贸mo la rejilla dejaba una marca temporal en su piel. Luego, con un 煤ltimo y tr茅mulo suspiro de rendici贸n, se enderez贸 y se qued贸 completamente desnuda en el centro de la oficina. Su cuerpo, esbelto y bien proporcionado, ba帽ado por la luz fr铆a de los tubos fluorescentes, se convirti贸 en una escultura de m谩rmol viviente. Su piel de porcelana parec铆a brillar con una luz propia, cada curva, cada valle, expuesto a las miradas 谩vidas e impersonales. El plug anal, ahora completamente visible, su base met谩lica reluciendo entre las nalgas p谩lidas, era la marca final de su sumisi贸n, el sello que certificaba que esta desnudez no era un accidente, sino una condici贸n impuesta. Sinti贸 que todas y cada una de esas miradas recorr铆an su cuerpo, pesando sus pechos, la suave curvatura de su vientre, el tri谩ngulo rubio de su vello p煤bico. Era una violaci贸n en masa, y ella, voluntariamente, la permit铆a.
Daniel, entonces, recorri贸 con la mirada a los hombres presentes, uno por uno, con la satisfacci贸n de un propietario exhibiendo su trofeo m谩s preciado.
—Ella me pertenece —declar贸, en un tono alto, claro, que no admit铆a discusi贸n ni r茅plica.
Y luego, como si nada hubiera ocurrido, gir贸 sobre sus talones y entr贸 en su oficina, cerrando la puerta tras de s铆. El hechizo se rompi贸. El zumbido de la oficina volvi贸 a o铆rse. Las cabezas se giraron hacia las pantallas. Las conversaciones murmuradas se reanudaron. La vida continu贸. Roc铆o, temblando de pies a cabeza, se agach贸 para recoger su ropa con movimientos espasm贸dicos. Se visti贸 a toda prisa, sintiendo la tela rozar su piel hiperconsciente como si fuera lija. Esperaba o铆r risitas, comentarios bajos, el susurro despectivo de "puta" o "regalada". Pero no lleg贸 nada. Fue lo m谩s aterrador. La normalidad con la que todos aceptaron el espect谩culo era una confirmaci贸n t谩cita del poder absoluto de Daniel. Ella no era una persona; era un mueble, un accesorio cuyo uso y exhibici贸n depend铆an 煤nicamente del capricho del due帽o.
Las tres horas siguientes fueron un suplicio. Cada minuto era una eternidad de autoconsciencia ag贸nica. Sentada en su silla, sent铆a el eco de las miradas en su piel, aunque nadie la mirara directamente. El plug, que antes era una molestia constante, ahora se sent铆a como una brand de propiedad incrustada en su carne. Trabaj贸 de forma autom谩tica, procesando documentos, respondiendo correos, pero su mente estaba en otra parte, flotando en un limbo de humillaci贸n y una extra帽a y perversa excitaci贸n que se negaba a desaparecer.
Entonces, el tel茅fono interno de su escritorio emiti un pitido. Levant贸 el auricular con mano tr茅mula.
—Se帽orita Roc铆o, pase a mi oficina. Ahora.
Su coraz贸n se convirti贸 en un pu帽o de hielo. Se levant贸, arregl谩ndose mentalmente el vestido, y camin贸 hacia la puerta de roble. Al entrar, Daniel estaba de pie frente a la ventana, con las manos en los bolsillos. La habitaci贸n ol铆a a 茅l, a poder y a lujuria contenida.
—Cierra la puerta con llave —orden贸, sin volverse.
Ella obedeci贸, escuchando el clic definitivo del pestillo. El mundo exterior qued贸 sellado.
—Acu茅state boca abajo en el escritorio.
La orden era tan fr铆a y directa que no dejaba espacio para la duda o la negociaci贸n. Su mirada se pos贸 en la inmensa superficie de madera pulida, llena de papeles importantes y un monitor de alta gama. "¿Ah铆? ¿Sobre todo esto?". Pero su cuerpo ya hab铆a empezado a moverse, entrenado por la obediencia forzada de los 煤ltimos d铆as. Con una sumisi贸n que ya empezaba a sentirse menos forzada y m谩s como un destino inevitable, se acerc贸 al escritorio. La madera estaba fr铆a contra su vientre y sus pechos cuando se inclin贸 sobre ella, apoyando las palmas de las manos en la superficie lisa. Su falda, corta, se recogi贸 sobre sus caderas, exponiendo completamente sus nalgas y el plug que a煤n llevaba puesto.
Daniel se acerc贸. No dijo una palabra. Sinti贸 sus manos, grandes y fuertes, en sus nalgas. Una la sujet贸, mientras con la otra agarr贸 la base met谩lica del plug.
—Rel谩jate —murmur贸, pero era una orden, no una sugerencia.
Ella contuvo la respiraci贸n. Sinti贸 c贸mo el artefacto se deslizaba hacia fuera, liberando su canal con un pop suave y h煤medo que le pareci贸 ensordecedor. La sensaci贸n de vac铆o fue inmediata y extra帽a. Pero no dur贸 ni un segundo. Antes de que pudiera procesarlo, sinti贸 la punta dura y enorme de su pene, presionando contra el mismo orificio, ahora vulnerable y desprotegido. No hab铆a pre谩mbulos, ni caricias, ni lubricante aparte del residual. Solo la presi贸n, firme e implacable.
—¡Esper谩! ¡Despacio, que soy virgen por ah铆! —grit贸 ella, con un p谩nico genuino que le brot贸 del alma.
La respuesta fue una nalgada seca y fuerte, que reson贸 como un disparo en la oficina y le dej贸 la piel ardiendo.
—En un momento ya no te quejar谩s —gru帽贸 茅l, y con un empuje brutal, venci贸 la resistencia de su esf铆nter virgen.
Un dolor desgarrador, blanco y cegador, le recorri贸 todo el cuerpo. Fue como si la partieran en dos. Grit贸, pero el sonido se ahog贸 en su garganta, convertido en un quejido ronco y animal. Sus u帽as se clavaron en la madera del escritorio. Daniel no se detuvo. Comenz贸 a moverse con embestidas largas y profundas, cada una de ellas un nuevo territorio de dolor y de invasi贸n. Sus caderas golpeaban contra sus nalgas con un ritmo salvaje y posesivo. Roc铆o cerr贸 los ojos con fuerza, luchando por no vomitar, por no desmayarse. El dolor era abrumador, una sensaci贸n de ser violada en lo m谩s 铆ntimo de su ser.
Pero luego, algo comenz贸 a cambiar. A medida que el ritmo de Daniel se hac铆a m谩s constante, el dolor agudo empez贸 a transformarse en una sensaci贸n diferente, m谩s profunda, m谩s el茅ctrica. Cada embestida, ahora, rozaba un punto dentro de ella que enviaba ondas de un placer prohibido y punzante a trav茅s de su dolor. Era una contradicci贸n insoportable: la violaci贸n de su intimidad m谩s absoluta se mezclaba con unas caricias internas que su propio cuerpo traicionero empezaba a disfrutar. Sus gemidos de dolor se mezclaron con jadeos de un placer que no quer铆a reconocer. Su cuerpo, que al principio se resist铆a tenso, comenz贸 a ceder, a arquearse levemente para recibirlo mejor. "No, esto no puede estar pasando. No puede gustarme esto". Pero le gustaba. La sumisi贸n total, el ser usada como un objeto, el dolor que se transmutaba en 茅xtasis, todo se conjugaba en una tormenta perfecta que barri贸 con sus 煤ltimas resistencias. Un orgasmo, brutal e inesperado, la estremeci贸, sacudi茅ndola con espasmos violentos que hicieron que su interior se apretara con fuerza alrededor de la polla de Daniel, extrayendo de 茅l un gru帽ido gutural de satisfacci贸n.
—¡S铆, eso es! —rugi贸 茅l —. ¡Tom谩 todo, putita!
Y con unas 煤ltimas embestidas fren茅ticas, 茅l tambi茅n lleg贸 al cl铆max, vaci谩ndose en lo m谩s profundo de su ano con un gemido largo y profundo. Sinti贸 el calor de su semen llen谩ndola, un fluido final de posesi贸n que sellaba el acto.
Durante un minuto, solo se oyeron sus respiraciones jadeantes, entrecortadas. Roc铆o estaba ba帽ada en sudor, temblando incontrolablemente, con las piernas tan d茅biles que crey贸 que se derrumbar铆a si intentaba ponerse de pie. Daniel se separ贸 de ella con un sonido h煤medo. Ella se qued贸 ah铆, doblada sobre el escritorio, sintiendo su semen caliente escapando lentamente de su cuerpo violado y entregado.
脡l se arregl贸 la ropa con movimientos calmados, como si acabara de firmar un contrato rutinario. Luego, abri贸 un caj贸n de su escritorio y sac贸 algo. Un collar. No era una joya fina, sino un grueso collar de cuero negro, con una pesada chapa de acero. Se acerc贸 a ella, que a煤n no se mov铆a, y lo cerr贸 alrededor de su cuello con un click firme. La chapa, fr铆a contra su piel sudorosa, llevaba una inscripci贸n grabada a fuego: PROPIEDAD DE DANIEL.
La nalgue贸 una vez m谩s, un gesto ahora casi cari帽oso, de aprobaci贸n.
—Ahora and谩 a tu oficina.
Roc铆o, con esfuerzo, se incorpor贸. Sus piernas le respondieron a duras penas. Se baj贸 la falda, sintiendo el cuero del collar rozando su clav铆cula con cada movimiento. Camin贸 hasta la puerta, desbloque贸 el pestillo y sali贸. En la oficina, todo segu铆a igual. Nadie pod铆a imaginar lo que acababa de ocurrir detr谩s de esa puerta. Pero ella lo llevaba escrito en el cuerpo: en el dolor sordo y placentero que persist铆a en su interior, en el semen que manchaba sus medias, y en el peso del collar alrededor de su cuello, un yugo que, por primera vez, sinti贸 no como una cadena, sino como una identidad. Ya no era solo su secretaria. Era, literalmente, su propiedad. Y en el fondo de su confusi贸n, una parte de ella, la m谩s sumisa, la m谩s oscura, encontr贸 en esa certeza una paz perversa y absoluta.
Continuara...

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