La habitaci贸n de sus padres ol铆a a colonia cara y lino reci茅n lavado. Astrid apenas tuvo tiempo de registrar los detalles -el edred贸n de seda, los retratos familiares en la pared, el crucifijo sobre la cama- antes de que el cuerpo musculoso del ingeniero M谩rquez la empujara contra la puerta cerrada.
—Aqu铆 es donde la se帽orita buena se convierte en zorra —susurr贸 contra su cuello mientras sus manos desgarraban el vestido que ya colgaba en jirones.
Astrid gimi贸 cuando sus pechos quedaron al aire, los pezones endureci茅ndose al contacto con el fr铆o metal de su hebilla de cintur贸n. M谩rquez no era delicado; mordi贸, ara帽贸 y marc贸 cada cent铆metro de su piel como un animal reclamando territorio.
—Ponte de rodillas —orden贸, deslizando el pantal贸n hasta revelar una erecci贸n imponente que brillaba bajo la luz tenue.
Ella obedeci贸, la garganta seca, las rodillas hundi茅ndose en la alfombra persa mientras sus manos temblorosas se cerraban alrededor de su base.
—As铆... buena chica —gru帽贸 M谩rquez, enredando los dedos en su cabello casta帽o rojizo para guiarla.
El primer contacto fue el茅ctrico. Astrid abri贸 los labios lentamente, saboreando el sabor salado de su piel antes de tragarse la mitad de su longitud de un solo movimiento.
—¡Mierda! —el hombre arque贸 las caderas, golpeando el fondo de su garganta—. Tu padre deber铆a darte clases m谩s seguido.
Astrid ahog贸 un gemido al o铆rlo, la humedad entre sus piernas empapando lo que quedaba de su tanga negra. Trabaj贸 con lengua y labios, alternando entre succiones profundas y lamidas juguetonas en la cabeza sensible, hasta que los gru帽idos de M谩rquez se volvieron urgentes.
—No hoy, putita —la apart贸 bruscamente, levant谩ndola para arrojarla boca abajo sobre la cama matrimonial—. Hoy quiero otra cosa.
El fr铆o del lubricante la hizo estremecer antes de que dos dedos expertos la penetraran por detr谩s, estir谩ndola con paciencia cruel.
—Rel谩jate... o esto doler谩 mucho —advirti贸, posicion谩ndose a su entrada.
La penetraci贸n fue una mezcla de dolor y placer prohibido. Astrid grit贸 en las s谩banas de sus padres, las u帽as desgarrando el sat茅n mientras M谩rquez la pose铆a con embestidas brutales que hac铆an temblar el marco de la cama.
—¡Dios! ¡M谩s fuerte! —suplic贸, arque谩ndose para recibirlo mejor.
M谩rquez cumpli贸, agarrando sus caderas con fuerza suficiente para dejar moretones mientras su pelvis chocaba contra sus nalgas en un ritmo primal.
—Toma toda mi verga, Ram铆rez —jade贸—. Como la putita que eres.
Cuando el orgasmo los alcanz贸, Astrid sinti贸 que se desintegraba, sus contracciones internas extrayendo cada gota del hombre que gru帽贸 como un animal antes de derrumbarse sobre su espalda sudorosa.
El pasillo parec铆a girar cuando Astrid sali贸 tambale谩ndose de la habitaci贸n, su cuerpo marcado y usado, apenas cubierto por lo que quedaba de su ropa. No esperaba que el contador Su谩rez la esperara apoyado contra la pared, su rostro anguloso iluminado por la luz tenue de la l谩mpara del pasillo.
—Mi turno —declar贸 simplemente, atrap谩ndola contra el empapelado floral.
Su谩rez era distinto -m谩s lento, m谩s meticuloso-. Sus manos esquel茅ticas exploraron cada cent铆metro de su cuerpo como un tasador examinando una mercanc铆a valiosa.
—Qu茅 preciosa est谩s... toda marcada —murmur贸, lamiendo los moretes que M谩rquez hab铆a dejado en su cuello.
Astrid gimi贸 cuando sus dedos encontraron su cl铆toris hinchado, dibujando c铆rculos precisos que la hicieron temblar.
—Por... por favor —suplic贸, sin saber exactamente qu茅 ped铆a.
Su谩rez sonri贸, desabrochando su propio pantal贸n para revelar una erecci贸n m谩s delgada pero igualmente imponente.
—Gira —orden贸.
Contra la pared, con la mejilla presionada contra el papel tapiz, Astrid sinti贸 c贸mo la levantaba como si pesara nada, sus piernas envolvi茅ndose instintivamente alrededor de su cintura. La penetraci贸n fue suave al principio, una invasi贸n gradual que la llen贸 de manera distinta pero igualmente intoxicante.
—As铆... perfecta —Su谩rez jade贸, comenzando un ritmo lento y profundo que rozaba ese punto interno sensible con cada embestida.
Astrid cerr贸 los ojos, perdida en la sensaci贸n, en el contraste entre la violencia anterior y esta posesi贸n casi tierna. Los labios de Su谩rez en su cuello, sus murmullos de admiraci贸n, las manos que sosten铆an sus nalgas con firmeza...
—Voy a... —comenz贸 a advertir, pero el orgasmo la golpe贸 sin permiso, haciendo que se arqueara y gritara su nombre.
Su谩rez sigui贸 su ejemplo, enterr谩ndose hasta el fondo con un gru帽ido sofocado antes de derramarse dentro de ella, sus piernas temblando visiblemente con el esfuerzo.
El amanecer encontraba a Astrid desplomada en el sof谩 de la sala, vestida solo con su tanga destrozada y las marcas de la noche cubriendo su cuerpo. Su padre, todav铆a impecable en su smoking arrugado, la observ贸 con ojos inescrutables mientras serv铆a el 煤ltimo trago.
—Bien jugado, hija —fue todo lo que dijo antes de retirarse.
Astrid sonri贸 d茅bilmente, arrastr谩ndose hacia su habitaci贸n infantil donde se derrumb贸 en la cama, demasiado exhausta incluso para limpiarse los rastros secos de sus conquistas.
La luz del amanecer se filtraba entre las cortinas de su antigua habitaci贸n cuando Astrid sinti贸 el suave peso del colch贸n hundirse a su lado. Entre las brumas del sue帽o, percibi贸 el aroma a caf茅 reci茅n hecho y tostadas con mantequilla antes de que una mano c谩lida acariciara su cabello revuelto.
—Despierta, princesa —la voz de su padre era suave, casi tierna, tan distinta al tono autoritario de la noche anterior—. Traje desayuno.
Astrid parpade贸, apartando el pelo de su rostro para encontrar a Ram铆rez sentado al borde de su cama, impecablemente vestido con una camisa blanca abierta en el cuello y pantalones de lino. La bandeja sobre sus rodillas mostraba frutas frescas, jugo de naranja y los panecillos de canela que siempre hab铆an sido su debilidad.
—Papi... —su voz son贸 ronca por el uso de la noche, al mismo tiempo que se daba cuenta de que solo vest铆a la tanga negra destrozada, su piel a煤n brillante con rastros secos de los hombres que la hab铆an usado—. ¿Qu茅 hora es?
—Temprano a煤n —respondi贸 茅l, pasando un dedo por su mejilla antes de llev谩rselo a la boca, limpiando algo que ella prefiri贸 no identificar—. Dormiste como un beb茅 despu茅s del... festejo.
Astrid se sonroj贸, los recuerdos de la noche anterior inund谩ndola en oleadas: las manos de M谩rquez marcando su piel, la meticulosidad de Su谩rez, la mirada de su padre siguiendo cada uno de sus gemidos.
—¿Y... c贸mo te sentiste? —pregunt贸 Ram铆rez, ofreci茅ndole un sorbo de caf茅 que ella acept贸 con manos temblorosas.
La sinceridad brot贸 antes de que pudiera detenerla:
—Me encant贸 —susurr贸, bajando los ojos hacia las s谩banas arrugadas—. Aunque me da verg眉enza admitirlo.
Su padre solt贸 una risa c谩lida, el sonido resonando en el espacio 铆ntimo de la habitaci贸n.
—¿Verg眉enza? —acarici贸 su barbilla para alzar su rostro—. Astrid, esto es lo m谩s natural del mundo. Nuestra familia viene de generaciones compartiendo el amor, el placer... —su pulgar roz贸 su labio inferior—. La sangre no tiene por qu茅 ser una barrera cuando el deseo es tan puro.
Ella contuvo el aire cuando esa misma mano descendi贸, rozando negligente un pez贸n ya erecto por la tensi贸n. Fue entonces cuando not贸 c贸mo la mirada de su padre cambiaba, oscurec铆a, c贸mo su respiraci贸n se hac铆a m谩s pesada al recorrer su cuerpo desnudo y marcado.
—M铆rate... —murmur贸, el dedo siguiendo el contorno de sus senos—. Tan perfecta, incluso cubierta de las huellas de otros.
Astrid no tuvo tiempo de procesar el comentario antes de que su padre se inclinara, capturando sus labios en un beso que sab铆a a caf茅 y a algo intr铆nsecamente prohibido. Fue suave al principio, casi exploratorio, hasta que un gemido escap贸 de su garganta y 茅l respondi贸 con un gru帽ido, la lengua invadiendo su boca con la misma posesividad con la que M谩rquez hab铆a invadido su cuerpo horas antes.
—Papi... espera... —intent贸 protestar, pero sus propias manos ya se enredaban en su cabello, tir谩ndolo m谩s cerca.
Ram铆rez no necesit贸 m谩s invitaci贸n. Con un movimiento fluido, apart贸 la bandeza del desayuno y la cubri贸 con su cuerpo, el peso familiar pero ahora terriblemente nuevo haciendo que su coraz贸n galopara.
—Shhh... —murmur贸 contra su cuello mientras sus manos desabrochaban el cintur贸n—. Solo d茅jame hacerte sentir bien.
Astrid sinti贸 el p谩nico mezclarse con la excitaci贸n cuando comprendi贸 sus intenciones. Esto estaba mal, era pecado, era tab煤... y sin embargo, el calor entre sus piernas crec铆a con cada roce de sus dedos expertos, que ya exploraban su humedad con aprobaci贸n.
—Est谩s empapada, mi ni帽a —observ贸 con voz ronca—. ¿Es por m铆?
Ella no pudo mentir. No cuando sus propios fluidos delataban la verdad.
—S铆... —admiti贸, arque谩ndose cuando dos dedos se deslizaron dentro de ella con facilidad—. Pero esto es...
—Natural —cort贸 茅l, reemplazando los dedos por el grueso cabeza de su erecci贸n, rozando su entrada con torturante lentitud—. Tan natural como respirar. Como el sol saliendo cada ma帽ana.
La penetraci贸n fue gradual, inexorable, d谩ndole tiempo a cada fibra de su ser para rebelarse antes de ceder al placer. Astrid grit贸 cuando la llen贸 por completo, las manos aferr谩ndose a sus hombros mientras la sensaci贸n inconfundible de incesto la atravesaba como un rayo.
—Dios... papi... —jade贸, las u帽as clav谩ndose en su espalda.
Ram铆rez respondi贸 con una embestida profunda que hizo que los resortes de la cama chirriaran, estableciendo un ritmo que era a la vez posesivo y reverente, como si estuviera reclamando algo que siempre le hab铆a pertenecido.
—M铆rame —orden贸, agarrando su barbilla—. Quiero ver esos ojos cuando te hago m铆a de verdad.
Astrid obedeci贸, y lo que vio la dej贸 sin aliento: el amor y la lujuria mezclados en esos ojos oscuros que conoc铆a desde la cuna, la devoci贸n absoluta de un hombre que la adoraba en todos los sentidos posibles.
El orgasmo la golpe贸 sin previo aviso, un tsunami de sensaciones contradictorias que la hicieron gritar su nombre como una plegaria. Ram铆rez sigui贸 poco despu茅s, enterr谩ndose hasta el fondo con un gru帽ido gutural antes de derramarse dentro de ella, marc谩ndola de una manera que ninguno de los hombres de la noche anterior hab铆a logrado.
Cuando la rode贸 con sus brazos, Astrid no se resisti贸. El olor a su colonia mezclado con su propio sexo, el sonido de su coraz贸n acelerado bajo su oreja, la seguridad de esos brazos que la hab铆an cargado de ni帽a... todo se mezclaba en un c贸ctel de emociones que la dej贸 exhausta y extra帽amente en paz.
—Nunca vuelvas a esconder lo que eres, Astrid —murmur贸 su padre contra su cabello—. Eres una Ram铆rez. Y esto... —apret贸 su cadera—. Esto es tu herencia.
La habitaci贸n ol铆a a sexo y a caf茅 fr铆o. Astrid segu铆a acurrucada contra el pecho de su padre, los dedos trazando c铆rculos perezosos en su piel sudorosa, cuando 茅l tom贸 su barbilla y la oblig贸 a mirarlo.
—Hay algo que debes saber, cari帽o —su voz era suave pero firme, los ojos oscuros brillando con una mezcla de orgullo y cautela—. Lo del extorsionador... fue mi idea.
Astrid se congel贸. El aire se le atasc贸 en los pulmones como si acabara de recibir un pu帽etazo en el est贸mago.
—¿Qu茅? —logr贸 balbucear, alej谩ndose de 茅l con movimientos torpes—. ¿T煤... t煤 mandaste esas fotos? Esas 贸rdenes?
Ram铆rez no apart贸 la mirada. Se sent贸 en la cama, su cuerpo musculoso iluminado por el sol de la ma帽ana, y asinti贸 con tranquilidad.
—Todo estaba planeado desde el principio. El profesor, el camionero, incluso el viejo en el parque —hizo una pausa, observando c贸mo cada palabra la golpeaba como un l谩tigo—. Era la 煤nica forma de asegurarme de que aceptar铆as tu verdadera naturaleza sin prejuicios.
Astrid sinti贸 que el mundo giraba a su alrededor. Las piezas comenzaron a encajar: los mensajes llegaban siempre en el momento perfecto, las coincidencias eran demasiado precisas... incluso la forma en que su padre nunca pareci贸 sorprenderse por nada.
—Me usaste... —susurr贸, pero incluso mientras lo dec铆a, not贸 la falta de verdadera ira en su voz.
—Te liber茅 —corrigi贸 茅l, acerc谩ndose para tomar sus manos—. Y ahora tienes una elecci贸n. Puedes irte, olvidar todo esto y vivir una vida normal... —sus dedos se apretaron alrededor de los suyos—. O quedarte y convertirte en lo que siempre debiste ser.
El silencio que sigui贸 fue denso, cargado de posibilidades. Astrid mir贸 a su alrededor: las paredes de su infancia, las fotos de familia, el crucifijo sobre la puerta que ahora parec铆a burlarse de su dilema.
Cuando habl贸, su voz no tembl贸.
—Quiero que me apuestes. Igual que a mam谩.
La sonrisa que ilumin贸 el rostro de su padre podr铆a haber derretido glaciares.
Treinta a帽os despu茅s
El sal贸n de la mansi贸n Ram铆rez resonaba con risas, el tintineo de copas y el familiar susurro de naipes desliz谩ndose sobre la mesa de p贸ker de 茅bano. Astrid, ahora de cincuenta a帽os, se reclin贸 en su sill贸n preferido, observando la escena con ojos satisfechos.
Su cuerpo, marcado por cinco embarazos, segu铆a siendo voluptuoso bajo el vestido de seda roja que dejaba poco a la imaginaci贸n. En la mesa central, su hijo mayor —un joven de veintiocho a帽os con sus mismos ojos claros y cabello casta帽o rojizo— arrojaba fichas al centro con un gesto desafiante.
—Veinte mil y a mi madre —declar贸 Santiago, haciendo girar su anillo de familia con un movimiento que recordaba demasiado a su abuelo.
Los presentes rieron, algunos golpeando la mesa en aprobaci贸n. Astrid sonri贸, cruzando las piernas con deliberada lentitud mientras su hija menor —Luc铆a, de apenas diecinueve a帽os— se acercaba a servirle m谩s vino.
—¿Nerviosa, mam谩? —susurr贸 la joven, los dedos rozando su hombro desnudo.
Astrid neg贸 con la cabeza, bebiendo un sorbo largo mientras observaba c贸mo los otros jugadores consideraban la apuesta.
—Para nada, cari帽o. Esto es lo que somos.
El contador Villegas, hijo de uno de los viejos amigos de su padre, finalmente igual贸 la apuesta.
—Y agrego a las tres hermanas Ram铆rez —declar贸, se帽alando a Luc铆a y a las otras dos hijas de Astrid que observaban desde el bar.
La sala estall贸 en v铆tores. Astrid se levant贸 con elegancia, acerc谩ndose a la mesa donde su hijo le tom贸 la mano para besarla con devoci贸n.
—Buena suerte, mami —murmur贸 contra sus nudillos.
Ella sonri贸, recordando la primera vez que su propio padre la hab铆a apostado en esa misma mesa, en esa misma habitaci贸n. El c铆rculo se cerraba, el legado continuaba.
Mientras se inclinaba para mostrar sus cartas —un p贸ker de reinas— Astrid supo que esta noche, como tantas otras antes, perder ser铆a mucho m谩s divertido que ganar.
FIN.

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