El Juego de los Ram铆rez - Parte 3

 


El aroma a asado y vino tinto llenaba la casa cuando Astrid cruz贸 el umbral, abrazando a sus padres despu茅s de tanto tiempo. Su madre, una mujer de rostro dulce y cabello plateado, la recibi贸 con besos efusivos. 

—¡Mi ni帽a! Qu茅 sorpresa tan maravillosa —sus manos c谩lidas acariciaron su rostro—. Est谩bamos preparando la noche de p贸ker mensual, pero la cancelaremos ahora que llegaste. 

Su padre, un hombre robusto con ojos astutos, asinti贸 mientras serv铆a un whisky. 

—S铆, mejor as铆. Con mis amigos no hay moderaci贸n cuando empiezan a perder —su risa era 谩spera, pero su mirada recorri贸 a Astrid de manera extra帽a. 

El tel茅fono vibr贸 en su bolsillo. 

"Que la fiesta no se cancele. Participar谩s." 

Astrid trag贸 saliva, los dedos apretando el dispositivo. 

—No... no hace falta cancelar —dijo con voz ligeramente quebrada—. Me encantar谩 ver c贸mo juegan. 

Sus padres intercambiaron una mirada r谩pida antes de sonre铆r. 

—¡Magn铆fico! —rugi贸 su padre, sirvi茅ndole una copa—. Ser谩 una noche inolvidable. 

La cena transcurri贸 entre an茅cdotas familiares y preguntas sobre sus estudios, pero Astrid apenas pod铆a concentrarse. Cada bocado sab铆a a culpa, cada sorbo de vino le recordaba lo que hab铆a hecho en el cami贸n. 

Al caer la noche, comenzaron a llegar los invitados. Primero el se帽or Rojas, abogado de su padre, acompa帽ado de dos mujeres: una rubia madura con vestido escotado hasta el ombligo y una joven t铆mida que no apartaba los ojos del suelo. 

—Mi esposa Claudia y mi sobrina Luciana —present贸 con una sonrisa que no llegaba a los ojos. 

Luego vino el ingeniero M谩rquez, llevando del brazo a una morena alt铆sima con tacones que hac铆an eco en el piso de madera. 

—Mi secretaria personal —aclar贸 mientras la mano se deslizaba por su espalda—. Victoria es... muy buena para los n煤meros. 

Astrid observ贸 c贸mo su madre serv铆a tragos sin inmutarse, c贸mo su padre re铆a con ganas al ver llegar al contador Su谩rez... con dos gemelas id茅nticas vestidas solo con cors茅s y medias. 

—¡Las nuevas fichas de mi colecci贸n! —anunci贸 el hombre, haciendo girar a las chicas como trofeos. 

El aire se espes贸 cuando comenz贸 el juego. Las apuestas no eran en dinero, sino en prendas... y personas. 

—Dos mil y tu secretaria —dijo su padre, arrojando fichas sobre la mesa. 

M谩rquez palideci贸, pero asinti贸. Cuando perdi贸, Victoria fue conducida a la habitaci贸n contigua por el se帽or Rojas sin que nadie protestara. 

Astrid sinti贸 n谩useas. 

—¿Qu茅... qu茅 clase de juego es este? —pregunt贸 a su madre, que limpiaba vasos con calma sobrenatural. 

—Tradici贸n de viejos amigos, cari帽o —respondi贸 mientras el siguiente round comenzaba. 

Todo se volvi贸 surrealista cuando su padre perdi贸 la mano principal. 

—La esposa —declar贸 Su谩rez, se帽alando a la madre de Astrid con su puro. 

—Las reglas son las reglas —su padre se encogi贸 de hombros, besando a su mujer antes de que el abogado Rojas la tomara del brazo. 

—Vamos, Rosario. Tienes que pagar nuestras deudas —murmur贸 mientras la llevaba escaleras arriba. 

Astrid se qued贸 paralizada, el vaso resbalando de sus manos. El mensaje final lleg贸 entonces: 

"Tu turno ser谩 el pr贸ximo. Prep谩rate." 

El mensaje brillaba en la pantalla del tel茅fono como una sentencia inapelable. Astrid respir贸 hondo, el eco de los gemidos de su madre bajando por las escaleras y mezcl谩ndose con las risas ebrias de los invitados. Sus ojos se encontraron con los de su padre, quien observaba el juego con una mezcla de excitaci贸n y frustraci贸n mientras las fichas se acumulaban frente al contador Su谩rez. 

—Papi— susurr贸, acerc谩ndose a su o铆do con una sonrisa tensa que ocultaba el temblor en sus labios—. Me puedes apostar si quieres. 

Su padre gir贸 lentamente la cabeza, sus ojos oscuros escudri帽ando su rostro con una intensidad que le eriz贸 la piel. 

—¿Est谩s segura?— pregunt贸, la voz ronca por el whisky—. Sabes lo que pasa cuando uno pierde, ¿verdad? 

Ella asinti贸, los dedos jugueteando con el borde de su vestido mientras otro gemido agudo de su madre cortaba el aire. 

—S铆, papi— murmur贸, bajando las pesta帽as—. Puedo escuchar a mam谩… parece que lo est谩 disfrutando. 

La verdad era que Rosario sonaba como una mujer pose铆da, sus gritos sofocados por las paredes pero no lo suficiente como para ocultar el ritmo acelerado de los golpes contra la madera, el jadeo masculino del se帽or Rojas marcando el comp谩s de su humillaci贸n. 

Su padre solt贸 una risa baja, los nudillos blanqueando alrededor de su copa. 

—Siempre fuiste mi ni帽a valiente— dijo antes de volverse hacia la mesa—. Apuesto a mi hija en la siguiente mano. 

El silencio que sigui贸 fue breve pero el茅ctrico. Los ojos de los jugadores brillaron con inter茅s lascivo, las miradas recorriendo el cuerpo de Astrid como manos invisibles. El ingeniero M谩rquez, un hombre de cincuenta y tantos con una sonrisa de depredador, lami贸 sus labios secos. 

—Acepto la apuesta— anunci贸, arrojando sus fichas al centro. 

Las cartas se repartieron con una lentitud cruel. Astrid observ贸 c贸mo su padre fing铆a concentraci贸n, pero not贸 el temblor en sus dedos cuando levant贸 sus naipes. Sab铆a, con una certeza que le quemaba el est贸mago, que 茅l perder铆a adrede. 

—Me planto— declar贸 su padre demasiado pronto, mostrando una mano mediocre. 

M谩rquez sonri贸, revelando un full de reinas y sietes. 

—Parece que la noche es m铆a— dijo, levant谩ndose con elegancia falsa mientras desabrochaba el primer bot贸n de su camisa. 

Astrid no tuvo tiempo de reaccionar antes de que una mano fuerte la agarrara por la mu帽eca. 

—Aqu铆 mismo— orden贸 M谩rquez, tir谩ndola hacia el centro de la sala, donde una mesa auxiliar hab铆a sido despejada misteriosamente—. Quiero que todos vean lo que el azar me regal贸. 

La habitaci贸n estall贸 en murmullos excitados. Astrid sinti贸 docenas de ojos sobre ella mientras M谩rquez la empujaba contra la superficie fr铆a de la mesa, sus manos empujando su vestido hacia arriba hasta revelar que no llevaba nada debajo. 

—Miren esto— gru帽贸 el hombre, pasando una mano posesiva por sus nalgas—. Jugosa como un melocot贸n maduro. 

El primer azote reson贸 como un disparo. Astrid gimi贸, no tanto por el dolor sino por la verg眉enza, sintiendo c贸mo su propio cuerpo la traicionaba al humedecerse bajo la atenci贸n de todos. Su padre, sentado en su sill贸n como un espectador m谩s, no apartaba la mirada, los labios entreabiertos, una mano desapareciendo bajo la mesa. 

M谩rquez no perdi贸 tiempo. El sonido de su cintur贸n desabroch谩ndose hizo que Astrid cerrara los ojos, pero un gru帽ido autoritario la oblig贸 a abrirlos. 

—M铆rame, putita— orden贸, aline谩ndose a su entrada—. Quiero ver esos ojitos llorar cuando te rompa. 

Y as铆 fue. 

La penetraci贸n fue brutal, sin preliminares, sin compasi贸n. Astrid grit贸, las u帽as ara帽ando la madera pulida mientras M谩rquez la empujaba hasta el fondo de un solo movimiento. 

—¡Dios!— jade贸, sintiendo c贸mo se estiraba para acomodarlo, c贸mo cada cent铆metro ard铆a de una manera deliciosamente dolorosa. 

Alrededor, los invitados se api帽aban para ver mejor. El se帽or Rojas hab铆a bajado con Rosario, quien observaba la escena con los labios h煤medos y la blusa desabrochada. Las gemelas del contador se masturbaban mutuamente mientras comentaban entre susurros. 

—As铆 se hace, M谩rquez! —grit贸 alguien. 

—F贸llate a esa zorra como se merece! —agreg贸 otro. 

M谩rquez obedeci贸, agarrando las caderas de Astrid y estableciendo un ritmo salvaje que hac铆a temblar la mesa. Cada embestida la empujaba contra el borde, cada retroceso dejaba un vac铆o que solo volv铆a a llenarse con m谩s fuerza. 

—¿Te gusta que te vean, princesa? —pregunt贸 el hombre, inclin谩ndose para morder su hombro—. ¿Te gusta que tu papi vea c贸mo te lleno? 

Astrid no pudo responder. Las palabras se le ahogaron en un grito cuando M谩rquez cambi贸 el 谩ngulo, rozando ese punto interno que hizo que su visi贸n se nublara. Sus piernas temblaron, sus m煤sculos se tensaron. 

—¡Voy a…! —intent贸 avisar, pero ya era demasiado tarde. 

El orgasmo la golpe贸 como una ola, haciendo que se arqueara y gritara sin verg眉enza, sus contracciones apretando a M谩rquez como un pu帽o. El hombre maldijo, sus dedos hundi茅ndose en su carne mientras tambi茅n ca铆a, derram谩ndose dentro de ella con gru帽idos animales. 

El silencio que sigui贸 solo fue roto por los aplausos burlones de los espectadores. M谩rquez se separ贸 con un sonido h煤medo, dejando que todos vieran el resultado de su conquista. 

—Bueno, parece que gan茅 m谩s de lo que esperaba —brome贸, limpi谩ndose con un pa帽uelo antes de ofrec茅rselo a Astrid. 

Ella lo tom贸 con manos temblorosas, demasiado avergonzada para mirar a su padre. Pero cuando alz贸 la vista por fin, lo que vio no fue decepci贸n ni ira en sus ojos. 

Era orgullo. 

La noche avanzaba entre risas ahogadas, el tintineo de copas y el susurro de naipes desliz谩ndose sobre la mesa de p贸ker. Astrid observaba desde un rinc贸n, las piernas a煤n temblorosas por el uso que M谩rquez le hab铆a dado, mientras su padre acumulaba fichas frente a 茅l con una sonrisa de lobo satisfecho. 

—Veinte mil y las gemelas —anunci贸 su padre, arrojando las fichas al centro con un gesto teatral. 

El contador Su谩rez, ahora sin sus preciadas acompa帽antes, palideci贸 visiblemente. 

—No puedes ser tan afortunado dos veces seguidas, Ram铆rez —gru帽贸, igualando la apuesta. 

Las cartas se revelaron con tensi贸n dram谩tica. Un fulgor triunfal ilumin贸 los ojos de su padre al mostrar un p贸ker de ases. 

—Parece que la suerte est谩 de mi lado esta noche —rio, levant谩ndose para abrazar a las gemelas que se acercaban como perritas sumisas—. Disfruten el juego, caballeros. Volver茅 pronto. 

Astrid lo vio desaparecer escaleras arriba con una chica en cada brazo, los tacones de las gemelas repiqueteando en sincron铆a. Se acerc贸 a su madre, quien observaba la escena con una copa de vino en mano y los labios h煤medos. 

—Mam谩… ¿esto es normal para ustedes? —pregunt贸 en voz baja, fingiendo ajustar el vestido que ya no cubr铆a mucho. 

Rosario gir贸 hacia ella, los ojos brillando con una mezcla de nostalgia y lujuria. 

—Querida, esta es una tradici贸n antigua en la familia de tu padre —explic贸, acariciando su cabello como cuando era ni帽a—. Y a m铆… me encanta. 

Tom贸 un sorbo prolongado antes de continuar: 

—Esta es solo una fiesta semanal peque帽a. Una vez al mes hacemos un torneo importante donde vienen socios de todo el pa铆s. Ah铆 es cuando las apuestas se vuelven… interesantes. 

Astrid sinti贸 un escalofr铆o recorrerle la espalda. Antes de poder preguntar m谩s, un estruendo de sillas llam贸 su atenci贸n. Su padre regresaba al sal贸n, el pelo despeinado y la camisa abierta, mientras las gemelas desaparec铆an hacia la cocina con sonrisas c贸mplices. 

—¿Listos para perder de nuevo, muchachos? —brome贸, retomando su asiento. 

La partida continu贸 con intensidad creciente. Astrid observ贸 c贸mo su padre apostaba con audacia temeraria, bebiendo m谩s de la cuenta, sus miradas hacia ella cada vez m谩s prolongadas. Hasta que lleg贸 la mano crucial. 

—Todo o nada —desafi贸 el se帽or Rojas, mostrando un color al coraz贸n. 

Su padre mostr贸 sus cartas con gesto derrotado. 

—Flush menor. Mierda. 

Rojas se levant贸 lentamente, ajust谩ndose el reloj de oro mientras su mirada recorr铆a a Astrid de pies a cabeza. 

—Me llevo a la cachorra otra vez —anunci贸, se帽al谩ndola con su puro—. Pero esta vez… prefiero privacidad. 

Astrid sinti贸 que todas las miradas se posaban sobre ella. Su padre asinti贸 con gesto resignado, pero sus ojos ard铆an con algo m谩s complejo. 

—Solo recuerda las reglas, Rojas —advirti贸 con voz extra帽amente tensa. 

El abogado sonri贸, mostrando dientes perfectos y caros. 

—Oh, lo har茅. El ano es sagrado en esta casa, ¿no es as铆? 

Antes de que Astrid pudiera reaccionar, unas manos fuertes la levantaron de la silla. La caminata hacia el cuarto de invitados fue un borr贸n de murmullos y miradas lascivas. La puerta se cerr贸 con un click ominoso. 

Rojas no perdi贸 tiempo. La empuj贸 contra la cama, su aliento a co帽ac y tabaco envolvi茅ndola cuando susurr贸: 

—Vamos a disfrutar esto, t煤 y yo. 

Lo que sigui贸 fue una lecci贸n de dominio meticuloso. Rojas la desvisti贸 con precisi贸n quir煤rgica, sus manos expertas explorando cada curva hasta encontrarla temblando de necesidad. Cuando sus dedos encontraron su trasero, Astrid contuvo el aire. 

—Rel谩jate, princesa —murmur贸, untando algo fr铆o y resbaladizo—. Esto doler谩… hasta que deje de doler. 

La penetraci贸n fue tan gradual como implacable. Astrid grit贸 en el hombro del hombre, sus u帽as clav谩ndose en su espalda mientras la quemaz贸n inicial daba paso a una presi贸n insoportable… hasta que de pronto, m谩gicamente, se transform贸 en placer puro. 

—Dios… —jade贸, sintiendo c贸mo cada cent铆metro la llenaba de una manera nueva, prohibida, intensa. 

Rojas la posey贸 con ritmo constante, sus manos agarrando sus caderas para guiarla, sus palabras sucias alimentando el fuego que crec铆a en su vientre. 

—M铆rate, Ram铆rez —gru帽贸—. Tomando mi verga como una puta nata. ¿Tu padre sabe lo depravada que es su ni帽a? 

La menci贸n de su padre, en ese contexto, hizo que Astrid se estremeciera con un nuevo orgasmo, sus m煤sculos apretando a Rojas hasta hacerlo gemir. 

Cuando finalmente terminaron, ambos estaban cubiertos de sudor y fluidos, jadeando como animales exhaustos. Rojas se separ贸 con un sonido h煤medo, limpi谩ndose con una toalla del ba帽o antes de ofrec茅rsela. 

—Bien jugado, peque帽a —dijo con un respeto nuevo en la voz—. Creo que acabas de ganarte un lugar en el torneo mensual. 

Astrid apenas pod铆a procesar las palabras cuando la puerta se abri贸 revelando a su padre, quien observ贸 la escena con expresi贸n impenetrable antes de anunciar: 

—La partida contin煤a. 

 

Continuara..

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